Discurso pronunciado por el Dr. Ignacio Chávez
Enero de 1952
"En forma sencilla, sin ningún aparato nos reunimos aquí, en esta aula que nos es familiar, un grupo de médicos del Instituto Nacional de Cardiología. Somos gentes de todas edades en la profesión, los que estamos ya envejeciendo en la lucha por dominar la cardiología y los que apenas llegaron ayer a incorporarse al grupo. Pero nadie crea que porque el grupo es corto y nuestra reunión es íntima, la ocasión que nos congrega sea pequeña. Al contrario, venimos aquí a atestiguar un hecho que será trascendente, el nacimiento de la SIBIC, la nueva Sociedad de Médicos Internos, Residentes y Becarios del Instituto Nacional de Cardiología de México.
Nueva Sociedad, he dicho y, sin embargo, si bien se mira, esta Sociedad no es nueva. A diferencia de otras que se inventaron para crearse, ésta ya existe desde antes de fundarse. Viven sus partes, están creadas sus piezas y lo que se hace hoy es articularlas, dinamizarlas, infundirles el espíritu de unidad y ponerlas en marcha.
Todos los que se han formado como cardiólogos en esta casa; todos los que han venido desde lejos como becarios, a iniciarse o a completarse en esta escuela mexicana; todos los que en un momento o en otro se han incorporado a la vida científica del Instituto y han contribuido a ella y se han identificado con nosotros en voluntad y en propósitos, son los que se reúnen hoy para formar esta flamante Sociedad, la SIBIC. Ninguna manera más hermosa de mostrar su adhesión a la casa que, como un viejo tronco, nutrió un día sus aspiraciones.
Es seguramente una desventura que los grupos que aquí se formen estén condenados a una constante disgregación. Un número crecido de los residentes y becarios del Instituto son extranjeros y al terminar su estancia en México, ese grupo se ve obligado a regresar a su país de origen, a incorporarse al movimiento científico de los suyos, a fundirse en el crisol de las aspiraciones patrias. Todos ellos se alejan, sí; pero no se pierden del todo. Estoy seguro de que se van marcados en el alma con una pequeña marca indeleble, la que les dejó la vida en común, austera y a la vez alegre, desenfadada y a la vez responsable, con sus compañeros del internado; la que les deja México a todos los que vienen a su hogar y saben mirar con simpatía lo que hay de noble, de sencillo y de hondo en nuestro pueblo; la pequeña marca indeleble, por último, que deja este Instituto a los que vinieron a él con nobles ambiciones, hallaron aquí acogida sencilla y cordial y partirán un día con sentimiento de nostalgia. Uno de los que ya se fueron me escribe diciendo: "Miro desde acá al Instituto como el paraíso perdido".
Esta sociedad que hoy nace, será para cada uno el hilo sutil que lo mantenga unido a los demás y que le haga recibir la vibración lejana de cien amistades dispersas por el mundo. Esto, en el orden sentimental, es una fortuna. La camaradería que resiste al tiempo y la distancia es la mejor forma de la amistad y la amistad es la virtud más reciamente masculina.
Pero estoy seguro de que la SIBIC habrá de ser para vosotros algo más que un club para el cultivo de relaciones amistosas. Pienso que en el orden científico habrá de ser un estímulo, ya que cada uno será tenido al tanto de la producción de este Instituto. Pero hay algo más. Habéis pasado aquí años de duro estudio y habéis aprendido, más que la cardiología misma, el camino que debe seguirse para dominarla, y no olvido que sigue siendo cierta la sentencia de que sabio no es el que sabe la verdad, sino el que conoce el camino para hallarla. Aquí habéis aprendido normas y doctrinas, pero más que eso, habéis adquirido una disciplina mental que hace fecundo el estudio y hace factible la investigación. Salís del Instituto con un bagaje de conocimientos que si parece grande, vosotros sabéis muy bien que es siempre limitado y pobre. En realidad, es al salir de aquí cuando comienza vuestra carrera, la vuestra, la propia, la de vuestro esfuerzo personal. Y estáis obligados a no aflojar el paso, a no frustrar la ambición. Haced a un lado el espectro de Peer Gynt. Estáis obligado a no fracasar y a ganar en la vida la carrera de los mejores. Es ese esfuerzo que pone tensas las potencias del alma, la SIBIC será para vosotros como un noble acicate.
Pero aún espero más de vuestra naciente Sociedad y esto ha de ser en el orden humano. Sois vosotros, los miembros de la SIBIC, un grupo escogido, producto de selección. Os seleccionó primero vuestra Universidad, el día que os propuso para ser admitidos, y os seleccionó después el Instituto, al otorgaros la beca. Es natural, entonces, que la mayor parte de vosotros, si es que no todos, estéis llamados a ser un día Profesores en vuestras Universidades, Cardiólogos en vuestros hospitales, guías o conductores en la medicina de vuestros países o de vuestros Estados. El que hoy regresa de Ayudante, mañana será el Jefe de Servicio; el que ahora vuelve a su país como Jefe de Clínica está abocado a ser mañana el Profesor de la Facultad. Seréis entonces directores de grupos, jefes de escuela, maestros, en una palabra. Tendréis entonces una gran obligación, la de prodigaros. Lo que aquí habéis aprendido, lo que apreidáis mañana por vosotros mismos, toda la riqueza espiritual que os depare la vida; todo eso estáis obligado a compartirlo, a entregarlo a manos llenas, sin regateos, sin egoísmos, sintiendo la noble fruición de dar. Si sois un día profesores, luchar por se maestros; si sois un día jefes, formad discípulos, que sólo es rico el que da y sólo es fuerte el que sabe entregarse.
De todas las enseñanzas que el Instituto de Cardiología de México haya podido ofreceros, hay una que, andando el tiempo, será para vosotros la más honda duradera: la de no ser casa cerrada y dar paso a todo afán de superarse; la de acoger con sencillez y enseñar con generosidad; la de no erigir las jerarquías en barreras ni confundir los grados oficiales con categorías científicas; la de cooperar todos en el esfuerzo común, conservando siempre un espíritu fraterno; la de ser siempre, en el trabajo y en la vida hombres sencillos, capaces de ayudarse con desinterés y de estimarse con cordialidad.
Si esta fue vuestra escuela, tengo la esperanza de que cada uno de los miembros de la SIBIC, al convertirse en conductores de grupo, trasplanten este mismo espíritu de comprensión y de ayuda. Que enseñen cuanto sepan, que ayuden cuanto puedan; que no guarden avaramente su ciencia, porque se les pudrirían juntamente la ciencia y el alma y porque harían traición al espíritu de este Instituto.
Y ahora, por lo que me toca al pergamino que acabáis de darme como Presidente Honorario de vuestra Sociedad, dejad que os lo agradezca de todo corazón. Me conmueve el gesto, pero no me nombra; lo que más, lo miro como un acto natural, porque es un acto generoso y proviene de vosotros. Y natural también porque si hay alguien vinculado a la vida de SIBIC, lo mismo en el pasado, cuando fue gestación, que lo estará en el futuro, cuando el augurio se realice ese alguien soy yo. Por eso me siento como uno de los vuestros. Igual que yo, estoy seguro, reciben con la más viva gratitud su diploma de miembros honorarios, los Jefes de Servicio y de Laboratorio del Instituto. Sobre la cuna de SIBIC, nos inclinamos todos, como hadas madrinas, para augurarle una vida larga, noble y fecunda."